6.2.08

esperando a lucy

Estoy fastidiado. Ya son las seis y media, y Lucy no ha llegado. Yo continuo sentado, fumando un cigarrillo, mirando los rostros inexpresivos de la gente, en un banco de la plaza convenida, hacen ya cuarenta minutos de la hora acordada. En otro banco una vieja duerme la siesta, sus manos cubiertas de arrugas posan en la rodilla izquierda, una sobre otra, como protegiéndose de un posible peligro. Una mujer de unos treinta y cinco años discute con un hombre de la misma edad en medio de la vereda, parecen estar más tristes que enojados. Ella con una gabardina púrpura y los ojos húmedos, él con un saco marrón y un puño cerrado. Él la toma de a ratos del hombro. Se miran fijamente a los ojos. Ella se refriega la cara por momentos, como si se la lavara en el aire. No gritan. Mueven las manos en círculos y sus expresiones faciales son conmovedoras, siempre tristes. No llego a escuchar lo que dicen. Se van en direcciones opuestas. Ella lo debe haber engañado, seguramente. Pocos autos a pesar de ser martes. Lucy no llega. Mi garganta está seca, necesito un café.
Comienza a refrescar y la puta madre!, porqué no me traje un abrigo. Lo que me faltaba, plantado y cagado de frío.
Al salir, siempre tardo un promedio de cinco a diez minutos decidiendo si llevar un abrigo o no, y en caso de llevarlo, cuál sería el más apropiado. Salgo a la puerta de calle, doy un par de pasos, y trato de pronosticar la temperatura para las próximas cuatro horas. Entro de nuevo, y en caso de duda, a veces vuelvo a salir para estar completamente seguro. Este método lo había adoptado hacía un tiempo y con buenos resultados. Pero hoy me equivoqué...a la mierda!
Recuerdo a Roberto, un viejo compañero de estudios, me había inspirado en la idea de las cuatro horas. Roberto era un tipo inteligente, algo burdo. Siempre llevaba la misma ropa negra, espantosamente grande para su complexión, seguramente sus padres, unos burgueses tacaños y conservadores venidos a menos, se la habían comprado para que le dure toda la vida, como previendo la predisposición a engordar que tenía su hijo, herencia que venía ya de los tatarabuelos andaluces, éste atuendo tenía el aspecto de nunca haber sido lavado, usualmente estaba cubierto de la caspa que constantemente caía del enmarañado cabello, esto hacía que el blanco de la caspa contrastara con el negro de su ropa. Usualmente Roberto me decía que la mejor forma de planificar la vida de uno, era de a cuatro horas. Esta frase que al principio tomé como una de las estupideces típicas en él, luego me pareció, aunque alocada, muy sensata.
-De esta forma, los problemas (sobre todo amorosos) de la gente diminuirían en gran medida- decía con una expresión desagradablemente soberbia
-Eso me parece algo ingenuo, Robin- así le llamaba.
-Sería mucho más fácil todo, no te das cuenta? A mi, por ejemplo, si me preguntan qué vas a hacer mañana, yo les respondo “no tengo ni idea, mi proyección es de aquí a cuatro horas en el futuro, preguntame mañana cuatro horas antes y te digo”...
-Cuatro horas antes de qué?
-No sé Luis, no sé, de lo que sea.
- ...
- No te dejarían plantado, por ejemplo, porque no habrían citas que se planificaran más de cuatro horas antes del encuentro, entendés? Las minas no tendrían excusa.

Probablemente Lucy tendría millones de excusas. El frío me empieza a molestar en los pies. Transpiran. Continuar la espera, a estas alturas, significa rebajarse a la categoría de “masoca” o “arrastrado del mes”. Y la cosa es que ni siquiera estaba enamorado de Lucy, incluso apenas me gustaba, y en lo que era respeto intelectual...bueno, no se puede decir que yo sintiera eso por ella. Era más bien como una buena compañía temporal. Compartíamos soledades, y yo disfrutaba con verla sentada al lado mío, sin hablar, simplemente dejando pasar el tiempo

-hola, me demoré un poco, no?. Estás hace mucho acá?
-no, llegué un rato antes que vos. Todo bien.
-unos asuntos ahí.... Tenes frío? Estas temblando...
-no, para nada, estoy bien. Puedo saber porqué demoraste tanto?
-no
-...
-el otro día escuchando una canción me acordé de vos...
-prefiero no saber...
(era una relación --si se puede llamar así-- sostenida por la convicción de que podría soportar todos sus caprichos y maltratos a cambio de pasar un momento con ella. Momento que solía ser inmensamente gratificante, y por eso, valía el sufrimiento previo)
-por qué no?
-por nada. Vamos a comprar un vino?
-está bien, pero que sea tinto.
Probablemente Lucy me dejaría, yo sufriría la falta por algunas semanas, sin la convicción de que ese sufrimiento realmente valga la pena y finalmente la olvidaría, como a esos raros artículos culturales que alguna ves sorprendieron y luego fueron olvidados. En unos años ni siquiera la reconocería por la calle. La miraría por la acera de enfrente como quien observa a alguien que no conoce, (y que por eso mismo representa algo intrigante , novedoso, incluso misterioso), sus cabellos castaño claros me parecerían coquetos, su nariz algo grande y su estatura “adecuada”, luego mi mirada se perdería en otro suceso sin más rodeos...
-tenes cigarrillos?
-no, compramos una caja de 10 a medias?
-que sea de veinte, ando con plata.