13.8.10

correr

Llovía a cantaros por la calle mercedes. Nosotros salíamos de un bar a unas cuadras de allí. Habíamos tomado unos whiskis y ya estábamos entonados. Había quienes dijeron de ir al putero. Pero era imposible. Lo mejor era aprovechar las dos hembras y salir de baile.


Vuelvo al escenario. Cuando llegamos, la calles mojadas, las conchas húmedas. Nos esperaban tres ricas niñas en la puerta del Barronil. Nosotros desperdiciamos miradas. Estábamos con nuestras hembras. Entramos a la puerta del Barronil de mala muerte y empezamos a querer bailar. A buscar la suerte. Pero faltaba alcohol. Todo el líquido de la noche estaba corriendo en las calles, o acariciando los clítoris de las doncellas danzantes.


Las personas del lugar eran en su mayoría idiotas disfrazados de imbéciles. Cosa no menor, ya que el idiota que se disfraza de imbécil es más ruin que un imbécil disfrazado de idiota, pero no importa eso en este momento. Tengo la historia de la noche.

Estábamos esperando a que Roberto se pagara todas las cervezas de la noche. Roberto era ese amigo veterano que te da de tomar para envalentonarse con las mujeres, y luego que lo acompañes. Cuando estás ya borracho de su alcohol, no hay otra salida que acompañarlo en sus encares con mujeres de todo tipo.


Al rato Roberto estaba llegando con una cerveza en la mano. Pero no era suficiente. Yo no estaba muy de ánimo, pero no quería irme a casa, estaba muy lluvioso y tenía oportunidades de coger con Rita, que estaba muy cariñosa conmigo esa noche. Si quería sobrevivir esa noche tendría que comprar un estimulante acorde.


Voy y le pregunto a Tevan dónde consigo, y él me señala a un tipo de esos imbéciles disfrazados de idiotas. Con unos lentes con armazón grande y un peinado inglés que le daba un aire de puto amanerado. Me dice que le hable de su banda, y que luego le mencione el asunto.

Pero la banda de él es una mierda! Un montón de putos amanerados haciendo rock blandito y sin fuerza! Bueno, papá, dice el Tevan, es lo que hay. Cada minuto que pasaba me sentía mas deprimido, más cansado, y más aburrido. No había otra opción. Pero no tenía todo el dinero. Primero tenía que conseguir a los accionistas y arreglar una parte con cada uno. Les dije a Mole y a la Pilla que sabía de su debilidad por los clorhidratos y que andaban con plata.

Hablé con los dos. Faltaban 100 pe. Había que ir a un cajero. Seguía lloviendo. Pero a cada gota que caía, se hacía más grande la desesperación y la tristeza.


Le dije a Mole de ir corriendo hasta el cajero y liquidarla. Con su dinero. El Mole titubeó. Pero si hay algo que tiene el Mole, es que no titubea más de cinco segundos y medio. Y así fue. Salimos hacia la calle. El problema era que el puto amanerado tenía que ir a otro lugar a conseguir la cuestión y le tenía que dar la plata ahora porque sino nada. Pero vos me estás tomando el pelo a mí? Lo miré con cara de orto y él tipo encogió sus hombros de puto. Está bien. Esperá que vamos a buscar la guita. El Mole salió corriendo a buscar la gamba. Estaba casi pronto. Sería feliz dentro de muy poco. Eso era bueno.


Al mismo tiempo teníamos que disimular con Roberto. A él no le gustaban esas cosas. Era como los viejos mafiosos. Si querés, morite de un coma etílico, pero no quiero ver que te estés metiendo ninguna de esas mierdas, me entendés? El Robi era así. Con él nada de cuestiones raras. Entonces yo iba de un lado al otro para que no sospechara. Iba, tomaba cerveza, bailoteaba un rato, aunque estuviera cansado, pero bailoteaba porque se acercaba el momento de alivio. Dentro de muy poco. Entonces me reía, y hacía chistes, y estaba muy animado. Y entonces volvía a salir y me fijaba si el mole había regresado con el dinero.


Bien, ya está. Ahora vamos hasta la vuelta. La vuelta era un antro lleno de policías y travestis disfrazados de merqueros silvestres. El lugar no me gustaba nada. El puto amanerado estaba en la puerta esperándome, hablando con uno de sus amigos policías o travestis, no lo distinguí. El puto me dice que le dé la plata y que le espere. Que ya vuelve. Le digo que no, que primero el chisme y después la plata. El puto pone cara de amanerado consternado y se mete al antro. Pasa el rato. En la puerta me quedo con el policía travesti mirándome raro. Es buena, me dice creyendo tranquilizarme. Pasaba el tiempo y el puto no volvía. De vez en cuando miraba para dentro, pero prefería mirar hacia la calle, que estaba mojándose como veterana en recital de Arjona. La calle amplia de Trisván Nartaja con sus semáforos y su basura acumulada en los cordones, que corría libre gracias a la lluvia emancipadora.

Sale el puto pero con las manos vacías. Me dice, entrá. Yo me meto al antro La Vuelta, y lo sigo por un pasillo largo y húmedo. En algún rincón que otro aparecían cajas de puchos y condones usados. Ese pasillo era el antro dentro del antro y con olor a frituras. Llegamos a un pequeño baño.


El puto amanerado de lentes gruesos y peinado inglés abre la puerta. Hay un gordo peludo con pinta de metalero. Seguro que se lo clava, pensé. Entonces veo que el gordo metalero abre la bolsa y se pone a tomar. Pero qué haces? Cuatro gambas, dice, y nada de quejas que esta es buena. El gordo se sirvió dos grandes porciones y se la pasó al puto que se sirvió dos porciones más grandes aún.

Hay que compartir pibe. Es así la vida. La furia incontrolable. La bolsa que se estampa en la cara. El polvo que vuela y cubre de blanco al gordo metalero. Te vas a la concha de tu madre. Estás muerto, pibe.

Correr.