La sensaciòn de falta, de vacìo. Me siento atraìdo hacia lo ningino, lo desprovisto de certeza. Me sumergo. La expectativa de no saber que esperar, ese hambre de lo inacabado. Lo que no alcanza para llenar el vaso, y tiene que ver con todas las tardes del mundo. Esa mitad del vaso que se me escapa, que a veces no existe. Y lo que desepera es esa enferma necesidad, que supera la voluntad, la corrompe por todos los flancos. Me atiza en la cara. En el ojo mas precisamente y me corrompe.
26.9.07
13.9.07
verborragicas espontaneidades
Perdidos. perdidos en la nada. mirando el suelo. tomando un trago. Un trago claroscuro.
Todo se vuelve claro, se ilumina de estrès postnatal. los niños del mundo exigimos beber del nèctar de la realidad, del sueño profundamente lìquido, de la savia de los callejones sucios. Los niños pedimos que se nos tome en cuenta para participar de las guerras, de los genocidios y de las violaciones. Tambièn es cosa nuestra, no sòlo de adultos. Tenemos algunos compañeros precursores en el tema, y queremos seguir su ejemplo. Los niños somos el mañana perdido en el presente, por eso preferimos ser ranas.
Para una rana es màs fàcil croar en el estanque. en el estanque todos croan. pero en la ciudad no se escucha, la rana muere de la depresiòn, o simplemente se adapta al ruido incesante de los automòviles rodando por todas partes, de los teclados exitados de todos los ciber del mundo.
Perdidos sin remedio a cambiar, sin la concesión de la meditaciòn por un instante. La instantaneidad lo suplica, lo exige, lo grita y te escupe: ANDÀ! COGÈ! MATATE! SONREÌ!
Mientras los abuelos mueren de tristeza y los bisabuelos brillan en sus tumbas, se ríen a carcajadas porque están muertos. No sienten el asco del universo.
Los tiempos corren sorprendidos detrás de la gente. Se desesperan por no perderlos de vista, van desesperados esperando que alguien los vea y se compadezca de ellos, y le de una moneda o un bizcocho mordido, muchos de ellos van por dieciocho de julio empapados del humo que despiden los ómnibus, y se vuelven grises o negros claros. A la noche descansan en puertas de iglesias o de redpagos, pero siempre alertas a que no los roben. "...está peligroso, viste..." dice uno que paraba en la puerta de un macdonald, y se rascaba el vientre, a modo de placebo alimenticio.
La vida me engaña como a un niño idiota, me acaricia con un cuchillo de carnicero. Me lo hunde lentamente en el cerebro y me lo saca.
Me siento bien.
Me lo vuelve a hundir.
Todo se vuelve claro, se ilumina de estrès postnatal. los niños del mundo exigimos beber del nèctar de la realidad, del sueño profundamente lìquido, de la savia de los callejones sucios. Los niños pedimos que se nos tome en cuenta para participar de las guerras, de los genocidios y de las violaciones. Tambièn es cosa nuestra, no sòlo de adultos. Tenemos algunos compañeros precursores en el tema, y queremos seguir su ejemplo. Los niños somos el mañana perdido en el presente, por eso preferimos ser ranas.
Para una rana es màs fàcil croar en el estanque. en el estanque todos croan. pero en la ciudad no se escucha, la rana muere de la depresiòn, o simplemente se adapta al ruido incesante de los automòviles rodando por todas partes, de los teclados exitados de todos los ciber del mundo.
Perdidos sin remedio a cambiar, sin la concesión de la meditaciòn por un instante. La instantaneidad lo suplica, lo exige, lo grita y te escupe: ANDÀ! COGÈ! MATATE! SONREÌ!
Mientras los abuelos mueren de tristeza y los bisabuelos brillan en sus tumbas, se ríen a carcajadas porque están muertos. No sienten el asco del universo.
Los tiempos corren sorprendidos detrás de la gente. Se desesperan por no perderlos de vista, van desesperados esperando que alguien los vea y se compadezca de ellos, y le de una moneda o un bizcocho mordido, muchos de ellos van por dieciocho de julio empapados del humo que despiden los ómnibus, y se vuelven grises o negros claros. A la noche descansan en puertas de iglesias o de redpagos, pero siempre alertas a que no los roben. "...está peligroso, viste..." dice uno que paraba en la puerta de un macdonald, y se rascaba el vientre, a modo de placebo alimenticio.
La vida me engaña como a un niño idiota, me acaricia con un cuchillo de carnicero. Me lo hunde lentamente en el cerebro y me lo saca.
Me siento bien.
Me lo vuelve a hundir.
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