27.4.11

1

Juan Carlos estaba sentado en una silla con la cabeza hacia al suelo desde el principio. De cuando en cuando se dormía. Parecía tener unos sesenta y cinco o sesenta y seis años. Tenía una gasa grande y blanca detrás de su oreja derecha, estaba despegada y colgando hacia fuera, como cubriendo una herida de años, de tantas palabras innecesarias. Estaba solo, absolutamente solo con su venda. Llevaba una campera grande y destruida casi por completo, muy sucia, pero todavía conservaba algo de elegancia. No reparé en los pantalones ni en los zapatos, seguramente porque no desentonaban con aquel camperón viejo. Se notaba salir un pequeño hilo de saliba de la comisura izquierda de su boca seca. La primer señal vital de JC como él mismo se presentó, fue al contacto visual con un cartel en el suelo (lugar al que únicamente miraba) que decía “LITERATURA”. Lo tomó con las dos manos, y se lo quedó viendo por un largo rato, inmóvil.

2

Aquella tarde en el Hospital Teodoro Vilardebó el ánimo ambiental hacía que las personas (los pacientes, los enfermos) se dispersaran. En el comedor había un olor medianamente desagradable, pero suficiente para ser molesto. Las personas llegaban de a poco, lentamente, como desengañados de cualquier cosa que pudiera ocurrir ahí adentro. Era la repetición de lo insensato. No existían razones para caminar, ni para mirar, ni nada parecido a lo humano. La condena de aquellos que habían sido demasiado humanos, era la deshumanización lisa y llana, casi imperceptible, que se colaba entre las rejas, y el humo de los millones de tabacos fumados por día. Las miradas de las personas ya no podían llamarse miradas, y el estatuto persona estaba corriendo serios riesgos desde hacía mucho.

3

Te gustan los libros? Fue lo primero que se me vino a la cabeza, con la idea de recibir un gran silencio como respuesta. Había caído en una pregunta insulsa, y sin gracia, y me merecía ese castigo. Lo primero que hace JC al escuchar mi escueta interpelación es erguir la cabeza bruscamente y mirarme a los ojos. En esa mirada se había despertado algo, para mí, hasta el momento inaccesible. Su primer mirada me lo dijo todo. No sólo que le gustaban los libros, sino que tenía una historia en relación a ellos, y ellos tenían una historia en relación a Juan Carlos no menos impactante. Seguramente si le hubiera preguntado a un libro de Saussure (esto me lo plantee después) sobre JC, me hubiera respondido con la misma expresión clara y vivaz, lúcida y emotiva.
Lo primero que salió de la boca de este hombre fue algo así: sí, me gustan los libros relacionados al poder represor de las instituciones, leo mucho a Foucault.

4

Los internos deambulaban. Eso era lo más vivo que podían hacer. Moverse sin rumbo, y sin otro objetivo que el de salir de un espacio, para meterse en otro, totalmente igual. Un par de pastillas por día en el mejor de los casos, los dejaba En el comedor las cosas habían sido diferentes una semana atrás.

25.4.11

A las chicas los ramones se les pegan a las tetas, me dijo el kincho con una sonrisa que parecía de asesino mientras salíamos de la estación de servicio, cerveza en mano, recién destapada con el minibic rojo que le ganamos al de la caja en un descuido. Salíamos para la casa del merluza que vivía a tres cuadras y tres metros de la petro. En general preferíamos empezar con una cerveza para luego pasarnos al whisky que da menos resaca y menos dolor estomacal que siempre llega al final. El merluza vivía en una casa llena de bolsas de verdura congelada. Las tenía a raudales. Las tenía por todos lados. En dos heladeras y varias cajas de conservación de alimentos. Nunca se sabe, a mí la suba de la verdura o el fin del mundo no me agarra desprevenido.

Cuando llegamos a lo del merluza ya estaba pronta la comida. Tallarines con salsa picles y champiñones de conserva, minuciosamente preparado por él mismo. Las latas todavía sobre la mesa.

El kincho mete la mano en el bolsillo. Primero saca restos de tabaco suelto que se le pegan a las manos, luego un carpincho y la bolsita más chiquita que había visto. Mete la monedita en la bolsa y esnifa en la parte que dice Republica Oriental. No le queda nada. Migas. Pero guarda igual la bolsita con un poco de tabaco. El merluza lo ve. Deja el cucharón de madera en la fuente de tallarines recién colados y saca del bolsillo del culo una Juana, que procede a enrollar. Acto seguido va sacando de un colmillo diminuto que lleva colgado al cuello una bolsa negra. Esta es buena. Vos siempre en la chiquita kincho.

Kincho agarra un libro de Cioran que hay sobre la mesa, Brevario de la podredumbre y empieza a hablar. Mirá, acá dice que la realidad es una creación de nuestros excesos, de nuestras desmesuras y de nuestros desarreglos. Vos que acumulas exceso, acumulas arrogancia, y el que tiene de sobra para los demás es un hijo de puta, en sentido abstracto.

Tengo mi cuarto en un caos. Un caos que medita. Que planea asesinarme en cualquier instante. Duermo entre esos papeles universitarios viejos que se acercan para cortarme la garganta porque no busco un trabajo decente, un trabajo digno, que dignifique.

El merluza se queda viendo sin expresión. Trata de encontrarte una mina kincho, que te escuche, que te acompañe, te va hacer bien. Dejate envolver por al concha fogosa de una chica cálida. Es mejor que leer esas pavadas que lees vos. La concha cálida de una mina fogosa ya es más complicado ves? Preocupate por las historias de la gente que la labura, que la sufre, no de gente que escribía sobre el sufrimiento. Fijate en la gente que luchó por algo, por una URSS más ajustada a los tiempos de crisis, por una guerra civil unificada en contra de la falange. No unos tres loquitos que tiraban piedras para todos lados.
-No eran tres, eran siete.

En un cuaderno voy escribiendo cada día las cosas que no hice ese día. Y ahí se van acumulando las promesas de una vida ordenada y archivada en sendas de responsabilidad.

Los que vos quieras, pero la doctrina es necesaria para vivir, no para filosofar. Y ahí es donde vos caes. Acá nadie es un proletario de la F.O.R.A. todos vivímos en la casa de papá y mamá. Más mamá que papá. En fin. Ya no vamos a las marchas salvo por nostalgia, o para reírnos un poco, casi como ir al estadio. No es que creamos que el fútbol nos valla a salvar, seguimos yendo para fortalecer un sentido de comunión que nos salve de la muerte en vida que llevamos. Aunque sea por un rato. Vos crees que diseñando planes para desmantelar el sistema en pequeños asuntos puede redimirnos de la malaria. Yo creo que no. Yo pienso que las cosas hay que irlas armando de a poco. La vida alternativa no se termina en los stenciles, ni con la poesía.