19.12.08

buenos amigos

Viena: Libertad
Togo: no memoria?
Yo: La culpa y otras invenciones.

Bar exiguo.
Bolichón pendenciero y ruin.
Hoy con Viena y Togo hablamos de la cantidad y cualidad en referencia a la explotación. De los lúmpenes filosóficos y de los semidioses. De los nada, y de los algo.
De los disímiles. Pero sobre todo de la explotación como forma de intercambio y relación a lo largo de la historia de la humanidad. “La cabeza de patrón” dijo Togo luego de golpear la mesa con cierto énfasis. Viena comenzó a mirar muchachos de otras mesas. El que admira al patrón, del que admira valores y costumbres tan retrógradas, conservadoras dentro de su más extrema labilidad. Togo se rascó la panza y se dirigió al baño.
Pobres defendiendo intereses y prácticas de ricos dijimos. Falta de información, apunté. Mucha falta de información a lo largo de toda la historia apunto un muchacho atento de la mesa de al lado. Mucha, dijo Viena. Togo vuelve del baño con una medida en la mano, y una sonrisa de borracho sobrio. Viena lo mira con cariño. Se quieren.
Me dispararon que la información por sí misma es inerte, yo respondí que la información es inerte en tanto esté en un estado embalsamado, pero al contacto con un receptor, esa información genera efectos y corrimientos. Sea cual fuere. Ellos me responden que el empleo del veneno le va a dar su carácter de bueno o malo, yo pregunté porqué meter al pobre veneno en la dilemática del bien y del mal. Meterse al santo pepe en asuntos gallitos. Si querés le ponemos contactos destructivos, pero allí habría que ver qué se entiende por fulanas cosas. Métanse con Nietzsche y déjense de joder. Sin hablar de Spinoza, claro está.
Pido la cuarta medida de la noche, sin antes por supuesto encender el primer cigarro del bar.
Viena y Togo se van juntos de la mano. Me dejan con la cuenta. Esta bien. Se necesitan como animales. Se quieren. Ella lo engaña en los bares, pero lo engaña intelectualmente, y él se embriaga para no darse cuenta.
Son buenos amigos. La próxima semana nos reuniremos de nuevo. Tendremos la misma conversación. Siempre es la misma conversación. Nosotros lo asumimos.

11.8.08



La playa.

La costa a lo lejos, y el anaranjado que produce el reflejo del sol en el mar.

Los carburadores resuenan detrás de mí, pocos autos transitan en el día despejado.

Tibio.


Al frente la playa, atrás el mundo.

El horizonte promete buenos augurios, el agua se mueve lentamente,

y los pájaros chillan alegremente sobre los árboles.

Es bueno.


Ella está mi lado, pero no la miro,

ella tampoco a mí.

Nos maravillamos en el atardecer, nos perdemos uno al lado del otro.


No hay palabras, ni comentarios.

Compartimos el agradable silencio.

Ella toma mi mano suavemente. Me gusta.


Me toma la mano y mueve lentamente los dedos,

los dedos hacen círculos sobre toda mi mano,

es un movimiento de vaivén que se acomoda al ritmo marítimo.


Suenan algunas bocinas perdidas, y constantes,

el ronquido tenue de los carburadores le da un sentido más real a la escena.

hay una leve violencia regocijante,


esta tensión subyacente me hace pensar en que estoy a salvo, el peligro está ahí,

es real,

como la muerte.

Pero no está donde estoy.


Tarareo por lo bajo el tema -medication-

de Modest Mouse,

bonita serenidad.


El viento se mezcla con la corriente marítima.

Suenan las campanas de un pequeño muelle cercano, con algunas barcazas que descansan prendidas a sus sogas fuertes y seguras.


Observo todo el paisaje y me siento muy liviano,

casi flotante.

Ella sigue a mi lado tomando mi mano, ahora un poco más fuerte, pero igualmente apaciguada.

Puedo ver apenas de reojo su silueta, y el brillo de sus ojos de sol, creemos en eso.


Mi cuerpo toma un balanceo imperceptible

que me envuelve en la embriaguez crepuscular.

Todo va bien, ella tiene mi mano en la suya.

Yo muevo algunos de mis dedos, haciendo que éstos tomen a los suyos como pareja de baile primaveral.

El viento sigue ahí, entre nosotros y por todos lados.

Un viento muy suave.

14.7.08

la letra

La letra n se ve conmovida por la pena de los astutos vanidosos.

Los escritores engañosos e incomprendidos

La mala letra me sustrae a mi cara sucia, pegoteada de helado palito.

La letra sucia se embelesa al oír murmurar a los hostiles de pacotilla.

La letra sangra cuando escucha los gritos desesperados e insidiosos,
Invasivos.

Las letras persiguen predicados sin sujeto y verbos mal conjugados.

Las letras pelean y tocan las calles mojadas buscando silabadas

Las letras se tocan ansiosas y esperan desconfiadas el momento
Culmine.

Culminan las letras sus posibles ensayos vertidos en A cuatros

Y sus currículums de todo el mundo.

10.6.08

Extrañas sonrisas


Cuando se entero que su sonrisa era más larga que la del resto de los niños, Antonin se asustó mucho. Pensó que en la escuela, sus compañeros se burlarían de él, que lo tomarían de la boca e intentarían estirársela hasta que le entrara un kilo entero de pomelos, quizás dos.

Enseguida se planteó no regresar más a la escuela, y quedarse simplemente en su casa, o caminando por ahí, si, eso sería mejor, para que sus padres no se percataran de que ya no iba a la escuela, para que siguieran pensando que tenían un hijo normal, como todos, con una sonrisa normal como la de todos.

El día en que Antonin se enteró de que su sonrisa no era la misma, fue una mañana de invierno en el norte de Francia, en una pequeña casa de la rue Lautremont, cerca de la plaza de Mountparnese, sobre la avenida Fontaine.

Antonin había cumplido los diez años dos semanas atrás, y era un pequeño muy travieso. Siempre salían con su amigo Pierre, por los frondosos bosques de la Saint-Cécile Rivere, a dos kilómetros del famoso Boudeville a cazar lagartijas y ratas de campo con sus improvisadas ondas y chacarrillos. Aparte de fumar cigarrillos.

Un día muy soleado, en medio de aquellas andanzas, Antonin vio entre los árboles una extraña figura, que luego se descubrió. Era un hombre más bien delgado, de mediana estatura, y con unas grandes ojeras, que parecían pintadas. Antonin quedó mudo junto a su amigo, totalmente inmóvil, casi sin respirar. Lo que había sorprendido a sobremanera al chico, no era encontrarse con un extraño en el bosque, cosa que ya le había pasado en ocasiones anteriores, sino la particular indumentaria de éste último.

El hombre llevaba una caja de madera sobre su cabeza que simulaba ser una casa. Se quedó parado mirando un punto perdido. Tenía un gesto inexpresivo y las manos sobre las piernas, en una postura erguida. Seguidamente quitó la caja de su cabeza y la apoyó sobre el suelo. Se agacha. Abre el pequeño techo dos aguas, y vomita dentro del. Saca del bolsillo izquierdo de su saco un pañuelo beige y se limpia la boca. Guarda el pañuelo, ahora en el bolsillo derecho, y cierra el pequeño techo. Toma la caja con las manos. Se incorpora. Coloca la caja sobre su cabeza nuevamente.

-Tu boca, “clavijo”, es la de un lagartijo con la boca hecha costal. Te prometo que no vas a tolerar la risa de los débiles, ya que la tuya, va a ser la mayor que se halla visto. Y te atormentarán sin remedio, sin muecas de vencido. Frustrados en su misión se replegarán para adorarte y darte la llave de sus mentes, en ese momento vas a ser el dios de los malditos, el desarreglo divino que creará sin limitación, serás la vida hecha lamento, con tu risa sucia, tu pueril omnipotencia. Serás. Tu prosa asustará casi tanto como tu risa, y cual espada desenvainada, ahuyentará a los más lúcidos de pacotilla.

-Pudrite viejo-dijo Antonin, luego de escupir la pálida cara de su interlocutor. Luego se aleja corriendo entre los árboles, dejando a su pequeño amigo a la suerte del famoso loco depravado de Saint-Cécile.

Los periódicos de la época se encargaron del sensacionalismo, mientras Antonin del arte de lo ocurrido.

22.5.08

una tarde jodida (estilo B)

Realmente estaba aturdido. Me había tomado esa botella de vodka hacía una media hora, y ya estaba lo suficientemente mareado como para ir a dar un paseo a la calle, y que la gente no me molestara. Esperaba a que esa condenada dorixina hiciera efecto. Estaba realmente jodido, no hacía otra cosa que mirar al suelo esperando dormirme repentinamente, sentado en la puerta de mi casa. Una calle corta. Demasiado corta y llena de niños chillando todo el tiempo. Niños que sus madres dejan por ahí para hacer quién sabe qué cosas.

La cosa es que yo estaba ahí sentado esperando dormirme. Eran las tres y veinte de la tarde. Recién comenzaba el día y yo, ahí sentado, ya lo estaba terminando, y de una manera muy triste.

Encendí un cigarrillo. Un cigarrillo en el momento indicado podía cambiar realmente las cosas. Podía dejarlo a uno realmente en una buena situación. En esta ocasión no fue así. Esas cosas también pasaban.

Giro la cabeza en un intento de recomponerme. Veo que se acerca Valentina con una figura realmente buena. Valentina era de esas chicas que pasaba una semana, y podía cambiar radicalmente en apariencia. Era como si fuera otra persona. Creo que tenía problemas episódicos con la mariguana, algo del ánimo que incidía directamente en su aspecto. La conocía ya hacía unos años, y no habían secretos. Me respetaba mucho. Creo que le agradaba que la escuchara. Siempre se ponía a contarme de sus andanzas por ahí. No hablaba demasiado, sólo cuando tomaba de más. Lo cierto es que llevaba muy buen aspecto, se destacaban sus curvas, se notaba que ésta era una buena semana para ella. La semana que viene estaría destruida.

-Marco, como te ha ido?

-Nada extraordinario, el perro de enfrente me meo la acera, pero no hice nada porque está realmente grande. No me gustaría morir por un orín canino… aparte si lo enfrento con mi pequeño Toby, dios sabe que no duraría un minuto, sería comida de chino en menos de que puedas decir no lo comas.

-Me peleé con Franco. Un imbécil. Se acostó con otra y luego viene a decírmelo pensando que me conmovería verlo llorando, como un perro sarnoso, con el jueguito de la honestidad ese…

-No seas tan cruel, si no recuerdo mal, vos lo engañaste con migo...al menos él te lo dijo…

-Si, pero es diferente. Yo te conozco hace tiempo, y esta perrita salió de la nada.

-Ah…

-Aparte, ya no lo soportaba. Por mí que se valla con cualquiera, es un pobre diablo. De cualquier forma lo iba a dejar. Se lo tendría que agradecer. Me facilitó el trámite. Ahora puedo cogerme a quien quiera, sin ningún rollo de culpas.

La mierda, Valentina estaba realmente buena esa tarde. Estaba presintiendo algo de Valentina, era esa puta intuición, o algo parecido. Veía cómo la pequeña Val me hablaba cada ves más cerca, y hacía que tocara sus fornidas piernas con las mías, ya me estaba poniendo caliente. Me sentía devastado, y quizá algo de sexo podía mejorar mi tarde, seguro. Se lo dije sin concesiones.

-Hey Val, podríamos tomarnos unas cervezas en casa y luego coger sin ningún rollo de culpas, qué te parece. Tengo unas Stella Artois en la heladera.

-Tenés unos Richmond que me puedas convidar?

-Sabés que no ando con esos, pero…

-No dejá. Me voy a comprar un paquete.

-Bueno val pero no querés entrar, leer poesía basura y charlar de las plantas de celulosa o algo? Luego cogemos sin culpas.

-No Marco, no entendés? Sos un imbécil. Siempre estás pensando en eso, me voy a dormir a casa, creo que va a ser más productivo.

-Como quieras, yo voy a estar acá, con mi cerveza y mi culo en el sillón.

-Bueno, quizás venga más tarde y tomamos algo, ahora estoy enojada.

-Saludos a Franco.

-Que te pudras.

Realmente era una tarde jodida. Nada lo podía arreglar. Me puse a pensar en los ritos de seducción de los perros. De sus cosas. Cómo el perro con olfatearle el culo a una perra, ya tenía su noche asegurada. Qué puta suerte la de Toby. Lástima que nunca salía.

17.3.08

diálogos I

-Me llamó! Cuando supe que era ella me recorrió un cosquilleo por todo el cuerpo, y se me aflojaron las piernas.

-Pero no le parece mucho, tanta emoción por una llamada? Ni siquiera la conoce...

-No, no sé qué me pasa, me encanta, cuando escuché su vos, las manos me temblaban, y el estómago hacía ruidos extraños, esto no es usual en mí. Estoy muy confundido pero se siente muy bien, es una exquisita sensación de incertidumbre y expectativa...

-Usted está pasando por una crisis emocional, eso me parece, y no sabe lo que dice.

-Yo no se muy bien lo que me pasa, pero con ella siento algo extraño, es totalmente diferente, tiene una mirada que me hipnotiza y sus manos...son perfectas! Son las manos que siempre busqué...con las que soñaba...

-¿Usted es conciente de que corre el riesgo de quedar en completo offside?, es decir, que puede salir perdiendo por imprudente, si persiste en esta postura infantil e ingenua? Creo que no es necesario que le recuerde cómo le ha ido en ocasiones anteriores.

-Sé a lo que me atengo. Y creo que, en la falta, en lo que se puede perder hay algo de gratificante. Cuando uno arriesga mucho, puede ganar mucho, el resto se sabe, aunque a veces se lo eluda, o se lo tape con falsas espectativas

-Entonces me da usted la razón y acepta que es una imprudencia actuar de ese modo...

-No, por el hecho de que, su llamada “imprudencia” es totalmente prudente para mi, y si no existieran tales “imprudencias” todo sería bastante monótono, y señor, aunque suene alocado, a esta muchacha la he estado esperando por mucho tiempo. Por fin siento esa sensación extraña, de no saber si llamarla o no, si me quiere ver o no. Que todo lo que vea o escuche me haga acordar a su armoniosa mirada. Creo y confío plenamente en ese enamoramiento, aunque no sea lo más confiable.

-No me diga nada. Se creó una suerte de vínculo mágico y distendido con esta muchacha, y había una complicidad que, si bien implícita, muy sentida...

-Sí, y...

-Eso lo he escuchado muchas veces, caballero, y le aseguro que es una simple ilusión creada por su necesidad, por la necesidad que tiene de la perfección. Esa es la gran trampa que la gente se hace para sobrellevar una vida mediocre, el crearse mundos ideales a los que nunca va a llegar, y usted, amigo mío, no es la excepción.

-Usted llámele como quiera pero, insisto, creo más valedero “tapar una vida mediocre” con grandes expectativas, que ser un desengañado de la vida, y resignarse a ello...

-A lo que usted llama resignación yo le diría ser precavido, perseverante. Por lo visto, usted no ha comprendido la lógica del método de ensayo y error...
-Ya entiendo lo que insinúa entre líneas, pretende convencerme de que el mejor movimiento es no moverse. Planea mantener una retórica medida, y acompañada de una actitud intachable, siempre resolviendo los imprevistos, para que nunca lleguen a ser tales, y jactarse de su notable sabiduría. Se ha propuesto vivir una vida con riesgo cero, para cuando llegue a viejo, mirar con una solemnidad asquerosa, las grandes pérdidas que se evitó y convencerse de que hizo lo correcto. Pero le digo una cosa, eso nunca lo va a saber.
-Pero...
-Y cuando sea viejo y con una dieta estricta para la presión y el hígado; y vaya al baño cada cinco minutos, y se cuide por la próstata, sólo, sentado en una mecedora, y aturdido por la tranquilidad abrumadora en la que vive, ahí sí que va a desear haberse muerto atropellado por un automóvil mientras miraba a su amada alejarse de usted.
-Qué maneras de hablar son esas? Le recomiendo medir sus palabras. Le recuerdo que estamos hablando sobre usted, no sobre mí, aquí el terapeuta soy yo, y usted me paga a mí para que yo le diga lo que debe hacer...
-A partir de este momento ya no, aparte ya cumplimos los cuarenta minutos.... ah! y no lo estoy viendo muy bien, le recomendaría empezar urgentemente una terapia.






6.2.08

esperando a lucy

Estoy fastidiado. Ya son las seis y media, y Lucy no ha llegado. Yo continuo sentado, fumando un cigarrillo, mirando los rostros inexpresivos de la gente, en un banco de la plaza convenida, hacen ya cuarenta minutos de la hora acordada. En otro banco una vieja duerme la siesta, sus manos cubiertas de arrugas posan en la rodilla izquierda, una sobre otra, como protegiéndose de un posible peligro. Una mujer de unos treinta y cinco años discute con un hombre de la misma edad en medio de la vereda, parecen estar más tristes que enojados. Ella con una gabardina púrpura y los ojos húmedos, él con un saco marrón y un puño cerrado. Él la toma de a ratos del hombro. Se miran fijamente a los ojos. Ella se refriega la cara por momentos, como si se la lavara en el aire. No gritan. Mueven las manos en círculos y sus expresiones faciales son conmovedoras, siempre tristes. No llego a escuchar lo que dicen. Se van en direcciones opuestas. Ella lo debe haber engañado, seguramente. Pocos autos a pesar de ser martes. Lucy no llega. Mi garganta está seca, necesito un café.
Comienza a refrescar y la puta madre!, porqué no me traje un abrigo. Lo que me faltaba, plantado y cagado de frío.
Al salir, siempre tardo un promedio de cinco a diez minutos decidiendo si llevar un abrigo o no, y en caso de llevarlo, cuál sería el más apropiado. Salgo a la puerta de calle, doy un par de pasos, y trato de pronosticar la temperatura para las próximas cuatro horas. Entro de nuevo, y en caso de duda, a veces vuelvo a salir para estar completamente seguro. Este método lo había adoptado hacía un tiempo y con buenos resultados. Pero hoy me equivoqué...a la mierda!
Recuerdo a Roberto, un viejo compañero de estudios, me había inspirado en la idea de las cuatro horas. Roberto era un tipo inteligente, algo burdo. Siempre llevaba la misma ropa negra, espantosamente grande para su complexión, seguramente sus padres, unos burgueses tacaños y conservadores venidos a menos, se la habían comprado para que le dure toda la vida, como previendo la predisposición a engordar que tenía su hijo, herencia que venía ya de los tatarabuelos andaluces, éste atuendo tenía el aspecto de nunca haber sido lavado, usualmente estaba cubierto de la caspa que constantemente caía del enmarañado cabello, esto hacía que el blanco de la caspa contrastara con el negro de su ropa. Usualmente Roberto me decía que la mejor forma de planificar la vida de uno, era de a cuatro horas. Esta frase que al principio tomé como una de las estupideces típicas en él, luego me pareció, aunque alocada, muy sensata.
-De esta forma, los problemas (sobre todo amorosos) de la gente diminuirían en gran medida- decía con una expresión desagradablemente soberbia
-Eso me parece algo ingenuo, Robin- así le llamaba.
-Sería mucho más fácil todo, no te das cuenta? A mi, por ejemplo, si me preguntan qué vas a hacer mañana, yo les respondo “no tengo ni idea, mi proyección es de aquí a cuatro horas en el futuro, preguntame mañana cuatro horas antes y te digo”...
-Cuatro horas antes de qué?
-No sé Luis, no sé, de lo que sea.
- ...
- No te dejarían plantado, por ejemplo, porque no habrían citas que se planificaran más de cuatro horas antes del encuentro, entendés? Las minas no tendrían excusa.

Probablemente Lucy tendría millones de excusas. El frío me empieza a molestar en los pies. Transpiran. Continuar la espera, a estas alturas, significa rebajarse a la categoría de “masoca” o “arrastrado del mes”. Y la cosa es que ni siquiera estaba enamorado de Lucy, incluso apenas me gustaba, y en lo que era respeto intelectual...bueno, no se puede decir que yo sintiera eso por ella. Era más bien como una buena compañía temporal. Compartíamos soledades, y yo disfrutaba con verla sentada al lado mío, sin hablar, simplemente dejando pasar el tiempo

-hola, me demoré un poco, no?. Estás hace mucho acá?
-no, llegué un rato antes que vos. Todo bien.
-unos asuntos ahí.... Tenes frío? Estas temblando...
-no, para nada, estoy bien. Puedo saber porqué demoraste tanto?
-no
-...
-el otro día escuchando una canción me acordé de vos...
-prefiero no saber...
(era una relación --si se puede llamar así-- sostenida por la convicción de que podría soportar todos sus caprichos y maltratos a cambio de pasar un momento con ella. Momento que solía ser inmensamente gratificante, y por eso, valía el sufrimiento previo)
-por qué no?
-por nada. Vamos a comprar un vino?
-está bien, pero que sea tinto.
Probablemente Lucy me dejaría, yo sufriría la falta por algunas semanas, sin la convicción de que ese sufrimiento realmente valga la pena y finalmente la olvidaría, como a esos raros artículos culturales que alguna ves sorprendieron y luego fueron olvidados. En unos años ni siquiera la reconocería por la calle. La miraría por la acera de enfrente como quien observa a alguien que no conoce, (y que por eso mismo representa algo intrigante , novedoso, incluso misterioso), sus cabellos castaño claros me parecerían coquetos, su nariz algo grande y su estatura “adecuada”, luego mi mirada se perdería en otro suceso sin más rodeos...
-tenes cigarrillos?
-no, compramos una caja de 10 a medias?
-que sea de veinte, ando con plata.