24.11.09

la inosencia

Hoy en día, ser opositor es tan fácil que a nadie le interesa serlo.

Todo empieza hace algún tiempo en una ciudad perdida de algún lejano país, donde la gente era rebelde sin querer.
De pronto, esas buenas personas se encontraban involucradas en una situación subversiva casi sin pensarlo. Su capacidad de romper sistemáticamente las leyes los dejaba perplejos. Su sorpresa era tal, que simplemente no veían como justificarse, meditaban unos instantes sobre lo hecho con una mirada perdida hacia el suelo, como si por un instante se avergonzaran, y luego se les desprendía una risa tranquila, despreocupada como si se desprendiera una reflexión cómica de todo.
Su inocencia, tal como la de unos niños, era inexplicablemente sincera.
Todos eran inocentemente culpables.

Cuando se los acusaba de algún delito realizado, no tenían mas remedio que declararse culpables. Y en realidad no les interesaba demasiado si eran realmente culpables o no, simplemente lo hacían por mero formalismo, y sin remordimiento alguno.
-¿Usted no entiende que ha cometido un delito que atenta contra la sociedad?, que ud. ha quebrantado la ley? Porqué lo ha hecho? Ud. es estúpido?
Los inocentes individuos no sabían qué responder frente a las prepotentes preguntas de la ley. Y cuando lo hacían, alegaban que “fue accidental, simplemente no me di cuenta”.

Los defensores de las leyes, la moral y el orden, ya no sabían qué hacer. Se desesperaban porque alguna persona se declarara inocente, que defendiera los valores de la comunidad de una manera oscurantista e implacable, pero no había caso. Los policías ya no soportaban el hecho de que la gente sucumbiera tan fácilmente a los ilícitos, con tanta naturalidad y apaciguamiento. Las autoridades se preguntaban incansablemente cuál había sido su terrible error, porqué la gente no había logrado interiorizar las normas de “buen comportamiento” y las prohibiciones que éstas traían aparejadas. Perdían el sueño buscando una solución eficaz. Era usual que un inspector llamara al jefe a media noche para contarle sobre una salvadora forma de represión que recién le venía a la mente.
-Hola señor, disculpe la hora, pero... habla el inspector Ramírez. Creo que tengo una solución. Creo que encontré la causa de este gran mal...
A medida que transcurría el tiempo; el sueño y el cansancio, que traía la constante preocupación y conseguido fracaso de estos señores, iban haciendo estragos en su propia organización.

Y así pasaban las semanas, los meses y los años sin poder controlar las acciones de los habitantes, pero por sobre todo, sin poder controlar sus pensamientos, sin poder controlar sus fantasías, su imaginación. Por más que vieran y revieran sus métodos, parecía que la frágil ingenuidad de éstos sujetos, no podía ser quebrantada por la recia maquinaria normativa, por la mano dura de los normalizadores.
Se dice que el fracaso de la ley fue tal, que terminaron escapando de la ciudad como niños asustados, algunos dicen que por miedo a ser contagiados de inocencia, otros que se fueron a buscar refuerzos.
Cuentan que no todos los policías escaparon...

No hay comentarios: